domingo, 31 de diciembre de 2023

TRENTA Y UNO DICIEMBRE DOS MIL VEINTI TRES



El día último, se despide con lluvia. Lenta y rítmica lluvia que llena de poesía y nostalgia el aire.


En el pesebre, el niño Dios lleva pocos días de nacido, las decoraciones de navidad le dan un toque de color a este día de invierno gris.




De este lado del mundo se preparan las grandes cenas, los conciertos en las plazas y los bailes con el grupo de amigos para despedir el año.


Un poco más allá, una de las tantas guerras en curso no da tregua. Hoy no hemos visto el noticiero, pero sabemos que los secuestrados siguen secuestrados y los niños muertos por las bombas o por el hambre han superado los 9 mil. Familias destruidas y desesperanza en ambos lados de la franja.


Nueces, manzanas, peras, bananos y papaya sobre la mesa. Una botella de vino abierta y las ganas de aguardiente. Una mesa europea y sur americana, una familia multi cultural. Aquel porro que dice “me dejó una chiva, una burra negra, una yegua blanca y una buena suegra”, cubre el sonido de la lluvia. Los niños juegan a escalera con el padre y yo que estuve desjuiciada con la pluma, finalmente escribo.


Tiran el dado, sale el anhelado seis. Una llamada interrumpe el juego y la escritura. Pienso a Colombia, a aquellos treinta y unos de diciembre pasados en el corredor de la finca, en los cuales jugamos manotazo, mímica o cualquier otro juego que incluya a los niños de cuatro años y a los adultos over setenta. Jugamos todos juntos y reímos.


El tío Eduardo con su guitarra y el resto de la familia cantando, sin importar cuánto seamos desentonados, porque cantar juntos las canciones de antaño nos hace sentir bien. No puede faltar Pueblito Viejo, Un buen Colombiano, Ricardo Semillas, entre otras del repertorio, pero el momento top es cuando entonamos las canciones infantiles. Hay ron, aguardiente, cerveza, aguapanela y café con leche para el que quiera. Hay anécdotas graciosos y tantas risas. Hay familia, un cielo repleto de estrellas y la sensación de ser niño aunque tengas cuarenta.


“Otro año que pasa y yo tan lejos, otra navidad sin ver mi gente, madre yo te pido humildemente que en el año nuevo me recuerdes (…) vamos a brindar por el ausente que el año que viene esté presente”, recita otra de las canciones decembrinas. Y es que precisamente el último del año es cuándo más siento la ausencia y la distancia. La lluvia se intensifica, cada gota cae como el recuerdo de quien no voy a volver a encontrar: mis abuelitos, Miguel Ángel, Adriana, Chila, La Mona, Chucho, Miguel…personas que tal vez sin saberlo, aportaron tanta felicidad a mi infancia y que ahora viven en el cielo.


El sonido de la lluvia, que ahora es más fuerte que el de la música, me trae a la memoria a los amigos fieles, que a pesar de los pesares siguen ahí. La lluvia también me recuerda los momentos felices con mis hermanos, cuando éramos pequeños y las raras y ocasionales granizadas nos generaban sorpresa y alegría. Mi abuelita nos dejaba salir bajo la lluvia con una coca en la mano a recoger el granizo, que en realidad era poco, pero que para nosotros era como jugar con una montaña de nieve.


La lluvia relajante, como cuando mi mamá me peina, porque aunque ya soy adulta, amo y añoro que mi mamá me peine, para sentirme la más consentida de las consentidas. Lluvia que envuelve todo, como el abrazo familiar que abuelos, tíos y primos nos dieron cuando quedamos huérfanos de padre, abrazo indisoluble que después de varios decenios nos sigue dando amor y luz.




Lluvia que baila, como los hijos que llegan a nuestra vida como un carnaval, con sus caras sucias de chocolate, con sus preguntas impertinentes, con sus ojos soñadores y nos invitan a jugar.


Es por ello que este escrito se interrumpe aquí. Es mi turno de tirar los dados y probar fortuna, aunque no tenga puestos los cucos suerte amarillos propios de la tradición supersticiosa colombiana para recibir el nuevo año. 


Hannalucida


31 diciembre 2023

Italia.