sábado, 18 de junio de 2022

PIAZZA DEL POPOLO

 Hoy tengo una cita con la democracia.

Compré guayabera y me vestí de fiesta.

Porque para mí votar,

nunca ha sido elegir al menos peor.


Siempre el voto

lo he dado al más capaz,

al que está en línea con mis principios,

a sabiendas de que no siempre 

los mejores ganan.


Hoy voy

con esperanza a las urnas,

voy feliz,

ir a votar también significa

encuentro,

empanadas,

colores

y arengas.


Voy vestida de fiesta,

en compañía de mi canción. 



Primera vuelta.


Es domingo. Confieso que hace rato no viajo en tren ni en metro y mucho menos sola. Tengo ansias, a pesar de que mi amigo Carlos, me ha animado a dejar de lado el miedo y aprovechar para pasear por Roma.


Me doy la bendición. Subo en el tren, con la convicción de votar por Regina 11, una especie de bruja que se cree reina y que hace años fue candidata para presidente de la república. La primera mujer que me tocó ver competir por ese cargo en mi país. 


Largo viaje, con una familia napolitana que habló por dos horas a alto volumen, puso música neo melódica a alto volumen. Me consuelo con una mariposa amarilla que pasa volando al lado de mi ventanilla.


Llego al consulado, donde siempre he votado, encuentro el gran portón cerrado. Detrás de mí, llegan dos bogotanas regias y luego un señor en bicicleta. Nadie responde al citófono. Nadie nos abre.


Llamamos a la embajada y nada…Una de las bogotanas regias, que se presenta como periodista, encuentra entre sus contactos el número de una funcionaria de la embajada.


Casi se la come viva por el teléfono. En realidad sí estamos enojados, porque no había información del cambio de sede ni en el sitio web de la embajada, ni al ingreso de la misma.


La funcionaria le pide respeto, le explica que el cartel sí lo pusieron y que alguien mal intencionado lo quitó y que están enviando a alguien para ponerlo de nuevo. 


Le cuenta que ha recibido mil insultos durante toda la mañana de ciudadanos furiosos que se encontraron en nuestra misma situación. Finalmente nos da indicaciones para ir a la sede de las votaciones en carro o en metro.


No sé si luego hayan puesto el cartel, lo cierto es que las dos bogotanas regias que estaban en carro, no se ofrecieron a llevarnos. Pocas ganas tenían de juntarse con dos ciudadanos de a pie.


Yo que antes de partir ya me sentía perdida, le digo al señor que viajemos juntos en metro. Él mira su bici amarrada a un palo, esperando encontrarla al retorno.


Se demuestra gentil y mejor ubicado que yo. Doy gracias por su presencia, pues las ansias de perderme me disturba.

Todo bien, hasta que en el vagón  extra lleno del metro, mi acompañante comienza a decir que le da rabia cuando la gente dice que va a votar por Petro, habla de encuentros con los exponentes de la derecha, afirma que va a votar porque “no podemos dejar que Colombia se vuelva como Venezuela” y blablabla.


Yo sentí que se me torcía la cara, deseé que las gafas cubrieran la expresión de mi mirada y que la sonrisa que estaba por fingir, pareciera sincera. Ese hombre con el cual no estoy de acuerdo, era el único que en ese momento me podía ayudar a llegar al punto de votación.


Una vez en La Fundación La Salle, punto de votación, verifican mi mesa de votación, documento de identidad, me hacen firmar, toman mi huella dactilar, me dan el tarjetón y me indican dónde está el lapicero, pero yo uso el que traje de mi casa.


Vaya sorpresa me llevo cuando me doy cuenta de que en el tarjetón no está Regina 11. Salgo furiosa de la cabina y me dirijo a la mesa para hacer el reclamo, porque me han dado un tarjetón chiviado.


Me explican pacientemente que ella no está participando. Con ironía digo en voz alta que es una lástima que no haya participado, pues estoy segura de que ella seria la única capaz a punto de menjurjes, de desintoxicar un país tan envenenado.


Una señora me corrige, y me enseña que el país donde usan veneno es Rusia. Yo me siento achantada por mi ignorancia geopolítica, cojo de nuevo mi tarjetón y zas, pongo la X.


De aquí en adelante no me importa perderme, es más, quiero perderme entre las calles de Roma, esa ciudad inmensa, monumental, hermosa.



Dejé atrás el ansia y la tensión. Tranquilos, nunca he considerado a Regina, nunca me han dado un tarjetón chiviado, nunca he votado por miedo a… o en contra de…


…Una vez más, mi voto es por la paz.



Segunda vuelta


Es viernes. De nuevo largo viaje en tren. Va repleto. Las señoras con las cuales comparto el puesto, hablan entre ellas. Yo me limito a escucharles las historias. Lo que se operaron, dónde pasaron las vacaciones, lo que estudian los hijos, la nueva vida del ex colega del marido, el viaje que la hija quiere hacer en Japón.


A un cierto punto del viaje, pasa de vagón en vagón, un ventero ambulante con una canasta en la mano gritando “agua, papitas, gaseosa”. Diagonal a mi puesto, un señor con uniforme parecido al de los conductores de bus de Ràpido Ochoa, se rasca la güevas. Miro por la ventanilla y veo una casa campesina, de esas con el corredor naranjado. 

Será que me equivoqué de tren y me fui para la República Bananera?


Estoy vestida de blanco paz, después de ir a votar (esta vez en la sede del consulado), quiero ir a la Basílica di San Pietro, para conocerla, y por qué no, aprovechar para hacer una oración.


Como en las últimas semanas se ha puesto de moda encomendarse a la virgen a favor de un candidato o del otro, pues decidí seguir la moda y viajar con un cartel que dice “Virgen del agarradero, agárrame a mi primero”. 


Es que con esta incertidumbre de si a las mujeres nos va a tocar irnos cada una pa’ su casa cabizbajas y calladitas o si nos vamos a poder ir pa’ la Casa de Nariño a organizar juntanzas, pues hay que pedirle a las santas más santas que nos protejan de un silencio agudo.


Hay 3 jurados de votación y un garante. El ritual es el mismo, verificar la mesa, el documento de identidad, la firma, la huella, a la cabina con el tarjetón y mi lapicero. Entrada por salida. Vaivén de gente. 


Está haciendo un calor tremendo. Al lado de la embajada hay una cafetería con mesas afuera. En una de las mesas hay 4 personas que le preguntan a un señor que por allí transitaba 

- colombiano?  El caballero asiente con la cabeza y sigue su camino.


Aunque no hablaban conmigo, en modo espontáneo respondo 

- aquí hoy, somos todos colombianos. 


Al unísono sonríen. Uno de los colombianos, un señor con corbata amarilla, me pregunta - Qué cree que va a pasar? Después de estas votaciones, Colombia va a mejorar o a empeorar? 


Lo peor ya pasó, le digo.


Les da risa mi honestidad. Me invitan a sentarme con ellos. Pido tinto (café sin leche). Inicia una conversación informal y amena que se enriquece con la llegada de otros colombianos.


Hablamos de política y de arte, de hijos, trabajo y anhelos. Estoy en Piazza del Popolo, sentada en la mesa de un café, en una tertulia improvisada con un grupo de encantadores desconocidos.


Tomás y Samuel, parecen personajes de un libro de García Marquez. Ambos señores muy cultos. Tomás dice bromeando que se dedica a dormir y a descansar, pero se ve que tiene una vida llena de intereses. Samuel en cambio, es un artista reconocido, que tiene voz serena y pensamiento agudo. Ambos son amigos de vieja data y son de los colombianos que más tiempo llevan viviendo en Italia. 


Maria, la esposa de Tomás, es una señora italiana, gentil y hermosa que parece muñeca de porcelana. Jimmy, es un peruano amigo de Tomás, así como los son Carlos el sicólogo, Luis Carlos el documentalista y Victor el carpintero.


Nos dieron las 4 de la tarde en aquel café. Era ya hora de regresar a la estación de los trenes. No fui a San Pietro a rezar, pero alimenté mi espíritu.


No sabemos quién vaya a ganar las elecciones. Sabemos que ninguno de nuestros votos es para Rodolfo, aunque eso poco importe. Sabemos que gane quien gane, recibe un país difícil y fragmentado y que ninguno va a poder hacer todo lo que propone. Sabemos que después del domingo, habrá una parte de país descontento y una parte de país esperanzado. Sabemos que el político de turno tiene la responsabilidad de mejorar el país, pero es responsable también cada ciudadano.


Sé que en la plaza, además del consulado y el café, esta la iglesia de Santa Maria del Popolo (del pueblo). Como creo en el poder femenino, le pido a esta virgen que ilumine a mi pueblo, para que deje de derramar tanta sangre y pueda sembrar dignidad. Y que la dignidad nos permita finalmente afirmar que sí nacimos pa’ semilla.



Hannalucida

18 de junio de 2022

Italia