martes, 22 de febrero de 2022

CERO Y VAN TRES


Es una tranquila mañana de domingo. Tocan a la puerta. Abro, es Omicrón.


Esta variante no es una buena muchacha, como algunos la definen. Simplemente, esta vez estamos mejor preparados para atender un huésped indeseado. Estar vacunados nos permite vivir esta nueva cuarentena con malestar, pero sin miedo. 


Mientras esperamos ese momento de la sanación, en el cual te vuelves negativo, no puedo evitar pensar en lo que hemos vivido durante la pandemia.


Al inicio estábamos en shock, como sin entender, y al mismo tiempo medio asustados. Intercalamos dosis de esperanza con llantos repentinos: 


Canciones hechas himnos, carteles con arcoíris, y la ilusión de que la especie humana se vuelva reflexiva, pacifista, ecologista, solidaria, consciente y humanista, de un lado. Del otro, imágenes oscuras de muertos cargados en camiones del ejército y médicos cubiertos con máscaras protectoras a los cuales se les hace un nudo en la garganta cuando nos hablan.


En los laboratorios, una posible solución y mil dudas: el desarrollo de una vacuna en tiempo récord.


Mientras los científicos desempolvan viejos conocimientos que integran con conocimientos nuevos, los demás debatimos sobre el negocio que representa para las casas farmacéuticas un descubrimiento de esa magnitud, sobre si confiar o no en la hipotética vacuna y sobre quiénes deberían ser los primeros vacunados.


Justo sobre este último argumento, algunos olvidaron aquello de la consciencia humanista. Pasaron de dudar de la vacuna a saltar la fila para ser vacunados antes de quienes tenían la prioridad. 


En Europa pasaron del slogan “vacunas para todos” a dejar al tercer mundo desprovisto de dosis suficientes.


El ala neo fascista de la población no-vax, en vez de aplaudir a los médicos que combaten la pandemia, los agreden por promover las campañas de vacunación contra el Covid. 


Otro argumento de algunos no-vax, es que el gobierno es un dictador antidemocrático, por habernos “obligado” a inyectar una vacuna “experimental”, olvidando que en realidad gobiernos como el italiano, ha esperado el aval del EMA (Agencia Europea para las Medicinas) y del AIFA (Agencia Italiana del Fármaco) antes de autorizar la suministración de cada tipo de vacuna, y desconociendo que en otros lugares del mundo no fueron así de fiscales antes de iniciar el suministro. Al parecer tampoco recuerdan que en el mundo existen muchas otras vacunas de carácter obligatorio, sin que representen un peligro para ninguna democracia.


Mientras en otros países la gente no cuenta con gobiernos interesados o capaces de asegurar prevención ni curas para el Covid, y en algunas zonas del mundo las poblaciones tienen razones de peso para protestar y acusar a sus mandatarios de antidemocráticos, en este lado del océano hay quien cree que es dictador el gobierno por asegurar dosis gratuitas de vacunas para todos, y por aprobar algunas normas para contener la epidemia, es decir, por cuidarnos.


En diversos lugares de Centro y Sur América, los ciudadanos, pese al alto riesgo de contagio, se toman las calles, porque los respectivos gobiernos pisotean los derechos humanos y hacen bien poco contra la extrema pobreza agudizada por la pandemia. 


Mientras en Italia el ejército se hace cargo de algunos Covid-drive y de coordinar la campaña de vacunación, el de Birmania y Sudán dan un golpe de Estado.


Y qué decir de Afganistán, donde mujeres y niños se han vuelto nulidad, donde el frío y el hambre le ponen precio a la dignidad, donde la población no se puede vacunar.


Al tiempo, en Europa, algunos no-vax se ofenden porque a nuestros hijos los podemos vacunar. Gritan en las plazas “¡Los niños no se tocan!”, y argumentan su postura con un “¿Quién sabe qué cosa hay dentro de la vacuna?”. 


Mientras en países de África, Medio Oriente y el continente americano “¡Los niños no se tocan!”, evoca un rechazo a la brutal práctica de los niños soldados, las niñas esposas y demás formas de explotación infantil, aquí parece una evocación romántica al tiempo en el cual no existían las vacunas que usamos hoy y los infantes terminaban sordos, ciegos o parapléjicos tras un sarampión, una rubeola o una poliomielitis. 


¿Quién sabe qué cosa hay dentro? Aunque nos hicieran la lista, algunas de las sustancias de esta o de otras vacunas, la mayoría de nosotros no sabría qué son ni para qué sirven. Igual ocurre con los medicamentos de uso común y con bebidas como la coca cola, de la cual se dice que sirve para eliminar el óxido de los objetos y destapar cañerías, y que elimina el agua de las células.






Dudas, bien vengan las dudas, pero una cosa es ser curioso y querer conocer, aprender y entender, lo cual está muy bien y puede ser útil a nivel personal y social. Otra cosa muy diferente es la negación de un avance científico a partir de un prejuicio. Una cosa es no estar de acuerdo con una norma, o ser consciente de los errores cometidos en la gestión de la pandemia, y otra, creer que un país que cuenta con un sistema de salud que garantiza asistencia a todos, sea un país conspirador.


Omicron se aburre en mi casa y se va a visitar algún otro hogar. Las Olimpiadas Invernales de Beijing (China) regalan grandes emociones.


Una posible guerra en Europa redobla el precio de la canasta familiar, el precio del gas tiene de rodillas a varios sectores de la economía, mientras la diplomacia intenta ahorrarle el trabajo sucio a la OTAN.


El conflicto entre Ucrania y Rusia nos revela un problema económico, ético, humanitario y familiar, que se desarrolla en el patio de nuestra casa. Y aunque no falta quién le hace barra a una u otra nación, como si se tratara de un partido de fútbol, lo que está en juego es el paso de la pandemia a la Tercera Guerra Mundial.



Hannalucida

Italia

02/02/2022