lunes, 22 de junio de 2015

SORPRESA

Ejercicio de junio del grupo Adictos a la Escritura.
Tema: El calor.


SORPRESA

Hace algunas semanas, mi esposo recoge a nuestra hija en el jardín infantil y ella le dice:

J- Papa, anche io voglio avere una sorella o un sorello, è uguale!

En resumidas cuentas ella también quiere tener una hermana o un hermano, le da igual una cosa o la otra. Además de su sorprendente petición, lo más simpático del asunto es que en italiano hermana se dice sorella, pero hermano se dice fratello y no sorello. Recordando este episodio cierro los ojos y con una sonrisa me voy quedando dormida.

Suena mi celular. Trato de salir del sueño en que estoy para responder. Cuando logro quitar las telarañas de mis ojos y de mi cerebro me dispongo a sentarme, pero me doy cuenta que estoy pegada a la cama con una cola hecha de sudor que no me permite moverme. Todo el día ha hecho un calor inclemente y temo que en el momento en el cual las primeras gotas de sudor enlodaron mi cerebro que pierde lucidez, yo comencé a derretirme, fundiendo mi cuerpo en el colchón. Ahora el colchón y yo somos una sola cosa.

Entreabro mis ojos e intento reincorporarme. Frente a mí, veo una señora que abre una maleta llena de ropitas diminutas. Intento alargar mi brazo derecho para responder al teléfono pero el brazo parece una tajada de queso derretido dentro de un sànduche. Miro del otro lado de la habitación y veo una niña pegada al seno de la mamá. Que fortuna la de la niña, al menos ella con este calor quedará fundida en el pecho materno lleno de amor y vitaminas.

Finalmente logro sentarme, entre mi espalda y el colchón una melaza de sudor me tiene aún unida a la cama como una marioneta guiada por hilos. 

Yo- Alò!

Mamá - Qué hubo negrita, qué pasó?

Yo- Hola! Venía sintiéndome débil, pero le dí la culpa al calor. El domingo no me sentía bien, no era capaz de mantenerme en pie, el tetero de Juanita me pesaba como si fuera de plomo, me temblaban las manos por la falta de fuerzas. Marcello se asustó al verme en este estado y corrió conmigo al hospital. Me atiende una doctora de pelo canoso, que parece una alemana enojada por el tono de su voz. Después de haberme examinado minuciosamente dice, no sé si en regaño o con la solemnidad del caso: “Señora, usted esta embarazada de ocho semanas”.

Mamá - Cómo está el bebé?

Yo - Pero a mi me vino la menstruación, le replico a la alemana enojada. 

Mamá - Como está el bebé?

Yo - La doctora me explica que no es mi ciclo menstrual, sino una amenaza de aborto. Marcello y yo quedamos mudos, no sé si por la noticia inesperada o por la impresión de que al mínimo descuido la alemana enojada nos puede fusilar por idiotas.

Mamá - Cómo está el bebé?

Yo - Debo decir que la doctora hizo una cosa muy bonita, le pidió a Marcello que se acercara para mostrarle el corazón del bebé y hacerle sentir el latido, tal vez en un intento de hacer regresar al padre de este niño a la vida, porque por un instante pareció fallecer. El corazón del bebé late con fuerza, significa que está vivo. El bebé está bien. Marcello finalmente sonríe y me felicita.

El calor, el sudor, el aire encerrado en una habitación llena de visitantes que vienen a conocer a los recién nacidos, hacen que el celular comience a derretirse en mi mano y mis párpados se vuelven de nuevo pesados. Bebo un sorbo de agua para evitar que la boca se me quede pegada. Mi madre y yo hablamos otro rato  y luego nos despedimos.

En la cama de frente a la mía esta una señora de Romanía, que ha traído al mundo un bebé de 4 kilos y medio. En la otra cama la mamá de dos gemelos acaba de tener a su tercera hija. Entre nosotras desde el primer instante se crea una comunión. Yo soy la más débil de las tres y también la mas sola, pues mi esposo se está repartiendo entre sus compromisos de trabajo, nuestra hija de 2 años y atender a su padre que esta postrado en una cama. Al hospital puede venir solo en la noche para visitarme y para traerme a Juanita.

Las otras dos señoras, sus familiares y amigos me cuidan y ayudan en mis primeros días aquí, pues yo no tengo alientos. Ellos me acompañan al baño  por miedo de que me les desmaye, me abren los contenedores de la comida que nos dan en el hospital y comparten conmigo las galletas y dulces que trajeron para celebrar el nacimiento de sus respectivos hijos. En Italia cuando nace un bebé, en la puerta de la habitación del hospital se pone un moño rosa y azul de acuerdo al sexo del recién nacido y se traen para compartir con doctores, enfermeras y las personas que visitan a las mamás bandejas llenas de dulces, galletas y almendras cubiertas de chocolate y una pasta dura de azúcar.

En mi tercer día soy casi totalmente autónoma, sólo las medicinas que me dan por vía intravenosa, me tienen amarrada a través de una aguja enterrada en mi brazo y una manguera a  un árbol de metal donde cuelga como una pera la botella con anticoagulante, con spasmex para evitar las contracciones y no sé que otras medicinas para ayudarme a aumentar mi hemograma que está  por el suelo. Pero hasta el árbol aprendo a manejarlo para poder al menos ir al baño o dar dos pasos que me ayuden a reactivar la circulaciòn, sin tener que molestar a mis compañeras de cuarto.

Llega una nueva paciente y la acomodan en la cama contigua a la mía. Nos saluda, se sienta en su rincón y se pone a leer un libro. Una niña de 6 años que está visitando al bebé de 4 kilos y medio, saca a flote su espíritu periodístico y nos hace una entrevista a cada una de las mujeres que estamos en la habitación. Quiere saber cómo nos llamamos, cuántos años tenemos, dónde están nuestros bebes, si ya nacieron o cuándo nacen, cómo se llamarán, etc.

Cuando le toca el turno a mi vecina de cama y la niña le pregunta por qué está en el hospital, me doy cuenta que se siente incomoda con la pregunta y no sabe que responder. Así que yo le digo a la niña que a veces venimos al hospital solo para descansar. La vecina de cama me da las gracias con la mirada, por haberla sacado del apuro. A mi la recién llegada se me parece a alguien que conozco en Colombia, aunque no logro precisar a quién. De todas formas le cuento su gran parecido con alguien que está del otro lado del océano. Ella me dice que el año pasado estuvo en Colombia, pues hizo un viaje que comenzó en México y terminó en los Andes. Aquí comienza una nueva amistad. A la mañana siguiente la pasan a la habitación del frente, pero cada tanto la una visita a la otra.

Las mamás se van para sus casa alegres con sus bebés y al puesto de ellas llega una joven italiana que al igual que yo está en el hospital por supuesta amenaza de aborto. Llega también una señora de Ucrania que está ilegalmente en Italia, pero que necesita hacerse controlar, pues en 7 meses de embarazo no se ha hecho ni siquiera un examen y fuma al menos 3 cigarrillos al día, pese a ésto, es la más saludable de todas. Con la llegada de ellas, me doy cuenta que yo pertenezco a otra época. Mientras ellas pasan sus día hablando en whatsapp, yo me traje un libro para acompañarme. Así la familia Buendìa con sus Cien Años de Soledad me hacen menos larga la espera del tiempo que no pasa.  

La ucraniana espera su tercera hija. Ella ha hecho una hija cada 8 años. Para Olga, la muchacha italiana, es su primer embarazo. Un poco a la vez, cuando ellas no están en el ciber espacio y yo no estoy en Macondo, comenzamos a hablar. La ucraniana nos muestra en su teléfono las maravillosas trenzas que le hace a la hija. Yo le pido que me peine también a mí y ella feliz acepta. Así amenos recupero un mínimo de vanidad, pues con el pasar de los días, los pelos bajo las axilas y en las piernas crecen, la imposibilidad de bañarnos hace que en nuestras cabezas sucias y grasosas se puedan fritar papas. Es que en nuestro reparto hay solo un baño con espejo, inodoro, lavamanos y lava culitos. Hay otro baño con inodoro y lavamanos. Así que nos hacemos a turnos un lavado de gatos. Ambos baños son usados también por las personas que vienen de visita.

Olga desde cuando llega está algo enojada, pues cuando le avisa a su jefa que no puede ir a trabajar por que tiene una amenaza de aborto, ésta en vez de preocuparse por la salud de su empleada, se limita a regañarla, como si fuera a faltar al trabajo por irresponsable y no por un asunto vital. Pero éste es solo el inicio de la aventura de Olga en el hospital.

A diferencia de la doctora que me atendió a mi, que lo primero que hizo fue hacerme sentir el corazón del bebé; el doctor que la atiende a ella le hace la ecografía, pero ni le gira la pantalla para que ella vea al bebé, ni le hace sentir el latido del corazón. Simplemente le dice que tiene una amenaza de aborto. Ella se dispone a llamar a su ginecólogo que trabaja en el mismo hospital pero que no es de turno, para avisarle el motivo por el cual está hospitalizada. Visto que no responde al teléfono, le envía un mensaje y el doctor le responde “ok, nos vemos el jueves”. Es martes, su doctor no la llama ni si quiera para preguntarle como está o cómo no está o para decirle que ya habló con sus colegas. Nada, un simple “ok, nos vemos el jueves”, dejan a Olga en un limbo.

Mientras en Macondo “lloviò cuatro años, once meses y dos días”, en el hospital no encontramos nada que nos alivie del calor del verano que entra con su sol picante y su aire húmedo por las ventanas y sale convertido en sudor por nuestros poros. Ni siquiera la noche nos refresca. Será que estoy delirando por el calor, serán las ganas de estar en la casa de mi mamá y no aquí, serán los antojos del embarazo, yo no lo sé, pero el olor a arepa de huevo, arroz con coco, pescado frito y patacón me despiertan a las 4:30 de la madrugada. Llega otra noche y a las 3:30 am todo a mi alrededor me huele a bandeja paisa y deseo inmediatamente unos buenos frijoles con carne molida, arroz, tajadas de plátano, huevo frito, ensalada de repollo y un chicharrón carnudo de 20 patas. La noche siguiente las lentejas me despiertan y la sopa de verdura que preparaba mi abuelita y la sopa de plátano de mi mamá y la torta de chocolate con arequipe que hace Isabel Vargas. Les juro que no tengo hambre, pero si no me envían por correo certificado algo que calme mis antojos, mi bebé nacerá con la boca abierta.

Luego de un par de días, viendo a Olga preocupada, le sugiero que en la próxima ecografía de control, pida que le hagan sentir el corazón, para que tenga la certeza de que el bebé está bien. Hasta ahora a mí ya me han hecho 3 ecografìas y me han explicado que se desprendió un pedazo de placenta, lo cual es grave, pero sé que mi bebé esta vivo y esto me tranquiliza.

Olga le pide a una enfermera controlar el corazón de su bebé, pero la enfermera casi se la come viva. Encuentra todas las excusas para no hacer la ecografìa: no se puede hacer la ecografia todos los días, el embrión es aun muy pequeño, no se ve nada, a 6 semanas no se siente aun el corazón, etc.

Nada de ésto es verdad, a mi me hicieron por 3 días consecutivos las ecografìas, a 6 semanas ya es posible sentir el corazón y a diferencia del parecer de la enfermera, de un día a otro a cambiado el cuadro médico de Olga.

Ese mismo día un doctor sorprendido de que en 3 días no le hayan hecho ninguna ecografia, decide controlar el latido del bebé. Pero una vez más no le gira la pantalla para que ella vea ni le hace sentir el pompom-pumpum de su hijo. Simplemente se limita a decirle que no se siente el corazón, que deben esperar un par de días, para volver a controlar.

El jueves en la noche viene su doctor, pero hace el giro de rutina con todas las mujeres que hay en el reparto, no se interesa en modo particular en el caso de su paciente. Sin embargo ella le cuenta preocupada que no se siente el corazón del bebé. El doctor promete hacernos una ecografìa a ambas a la mañana siguiente. En la ecografìa de las 8 am, el corazón del bebé de Olga se siente, pero se ha desprendido un pedacito de placenta. A las 8 pm, Otro doctor le efectúa otra ecografìa y le dice que no solo no hay ningún desprendimiento de la placenta, sino que los corazones que laten son dos. 

Olga espera gemelos. Uno se comenzó a desarrollar después del otro, así que uno es grande y el otro minúsculo. Estas cosas pueden pasar, por que a veces los gemelos tienen hasta 15 días de diferencia en su desarrollo. A este punto Olga no sabe si debe celebrar la noticia o si debe mandar a todos los médicos a la conchinchina, pues tanta confusión la tienen aturdida. A la mañana siguiente una última ecografìa confirma que no hay ninguna amenaza de aborto, ningún desprendimiento y ningún corazón que no late. Olga y sus gemelos están bien y se pueden ir para la casa, 

Una mariposa amarilla revolotea en mi ventana. Se habrá escapado del libro, pienso.

Mientras tanto, mi hija se está comportando como una niña grande durante mi ausencia. No hace ningún capricho, se deja bañar y vestir del padre, juega con él, desayuna con él, se hace consentir de él. Está tranquila con sus abuelos, tíos y primos. Aparentemente no le ha dado mamitis y ha entendido que la mamá no está bien. Cuando viene a visitarme al hospital, me saluda con beso y abrazo, me busca juego, pero es delicada. También le da besitos a su hermanito o hermanita a través de mi barriga. Yo le cuento lo que me han dicho los médicos y ella escucha atenta mi reporte medio inventado, pues un toque de fantasía es necesario. 

Luego ella me cuenta que se comportò bien, que se volvió grande por que se comió todo, que paso rico en la guardería, que jugó con Tata, que durmió con Tata la siesta, que construyo solita la torre mas alta del mundo, que cantó y bailó, que se vomitó encima de la abuelita, que lloró porque se cayó, que jugó a esconderse con el papá, que el papá se porta bien y la consiente. 

Sin embargo mi esposo me confiesa que ve mucha melancolía en los ojos de Juanita, así no llore, ni se queje, ni pida a gritos a la mamá. Es como si buscara con la mirada algo que se le perdió, me dice.  Entonces mi corazón de mamá quiere regresar a la casa, pero mi cuerpo aún se siente débil y vulnerable, los médicos lo saben y alargan mi estadía en el hospital.

El reparto de ginecología se va quedando vacío. Quedamos en una habitación una hindú que con parto natural trajo al mundo una bebé de más de 4 kilos; una señora que debe ser operada en otra habitación; Laura en su habitación y yo en la mía. Es como estar en un desierto caliente y desolado, donde el tiempo cada vez pasa más lentamente.

Laura, al igual que yo, se hace acompañar de un libro. Bueno, ella tiene un celular moderno, no como el mio que en vez de enviar mensajes envía señales de humo, pero también dedica parte de su tiempo a la lectura, lo cual me hace sentir menos anormal y arcaica. Ella ha viajado por medio mundo en misiones humanitarias, mientras yo soy curiosa de conocer a la humanidad que vive en el resto del mundo. Claro que un pedacito del mapa mundo lo conozco en persona, pero quiero conocer más. Así que hablamos de gastronomía internacional, de frutas, de Nápoles subterráneo, de nuestras madres, de lo divino y de lo humano. Tratamos de ponerle humor a nuestras vidas solitarias dentro del hospital.

Finalmente llega para mi el momento de regresar a la casa. Justo cuando me faltan sólo 70 páginas para terminar los Cien Años de Soledad. Cuando el doctor me da de alta, casi le ruego que me deje otro día más para poder terminar en santa paz el libro. 

Al recogerme, mi esposo lo primero que hace es acariciar mi pancita y saludar al bebé. Mi hija cuando me ve llegar a la casa grita “mamà, mamà” con la vos quebradiza. Nos abrazamos fuerte, le digo que la quiero. Los caprichos que no había hecho en una semana, los hace a mi llegada. Me pide que la acompañe a la cama, se acuesta y llora. Yo la abrazo, le doy besitos, la consuelo. Ella se calma y se pone a jugar. Yo aprovecho para bañarme. Apenas mi grasiento y sudoroso pelo entra en contacto con el agua, siento como si una capa de manteca se deslizara por mi cabeza. Me echo 3 veces champú para sentirme psicológicamente limpia.

Mientras almorzamos junto a la familia de Marcello, mi hija me dice:

J- No puedes hablar con nadie, solo conmigo. Te mando yo!

Le sonrío, le hago una caricia y ella baja la guardia. Luego nos vamos a descansar. El calor del verano tienen la habitación convertida en un horno. Me siento derretir como un bombón que se vuelve taza de chocolate. Trato de dormir, pero mi hija con sus manos me abre los ojos, me canta kikiriki como un gallo, salta sobre la cama, me canta  alguna canción y hasta me cuenta una historia y me pide que haga gimnasia con ella. Yo medio inconsciente por la humedad que hierve en mi cerebro trato de escucharla, de responderle, de jugar, pero cuando menos pienso, unas gotas de sudor me cierran los párpados y yo quedo inconsciente. 

Llega el lunes, mi hija se despierta temprano y se prepara para irse con el papá. Cuando nos despedimos, me da un abrazo fuerte, un beso dulce y me dice:

J- Tu regresa a dormir, porque aun no estás bien. 

Luego me canta al oído “se non stai bene, ti devi riposare, se non stai bene, ti devi riposare”,  (si no estás bien debes descansar).


Hanna Lucida
2015

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