Adictos a la Escritura. Ejercicio de Febrero.
EL BUS
“La alegría invade todo mi ser y sale como mariposas volando por mi boca”
Què es todo este desorden? Tambores, platillos, trompetas, clarinetes…
Escucho los fuertes pasos de los músicos que marchan y el sonido del aire cortado por las banderas cuando las tiran en alto. Retengo la respiración con la esperanza de parar la música. Me quedo donde estoy lo màs quieta posible. Alargo el cuello para tomar aire a través de la ventana del autobus.
Miro por el rabo del ojo si los demás pasajeros se han dado cuenta del desorden que se ha generado en mi corazón. Al parecer cada uno està ocupado en lo suyo. La señora con el vestido morado trata de calmar al bebè que lleva en brazos. Hay una abuela con dos niños caprichosos que pelean por el puesto junto a la ventanilla. El señor con la corbata habla por teléfono con su jefe sobre los clientes que ha apenas visitado. Los estudiantes ocupan la banca de atrás.
Miro de nuevo hacia el frente y en el espejo retrovisor del conductor me encuentro con la mirada fija y penetrante de aquel joven que tanto me gusta. Ooops, me gusta? No es posible, ni siquiera sè su nombre. A la banda de guerra de mi corazón se une un grupo de payasos que cantan con voz burlona:
-Julia està enamorada, le ro - le ro, Julia està enamorada!!!
Me seco las manos sudadas en el pantalón y hago un respiro lento, casi imperceptible a ver si los payasos le bajan al tono. Él no quita la mirada y yo tampoco. Yo estoy roja y sudada, èl està sereno. Hace unas semanas fuì a la librería del centro de la ciudad para comprar un recetario de comida thai.
Quienes me conocen saben cuánto me divierte cocinar. A mis espaldas està la sección de los libros de viajes. Él entreve una de esas guías prácticas que incluyen diccionario y algún consejo útil sobre donde comer o que visitar.
Tiene sandalias y shorts. Yo le miro las piernas y las nalgas. Que lindas nalgas tiene! La camiseta tiene estampada una imagen de Calvin & Hobbes. Leo mentalmente lo que dice Calvin en la viñeta y rìo dentro de mi.
Me acerco lentamente en punto de pies, para mirar a cuàl fantàstico lugar del mundo lo llevarà la guìa. Cuando estoy a un paso de èl, embobada observando su hermoso perfil, se me escapa un pedo.
La mirada en el retrovisor cambia, se ilumina y se apaga como si se preguntara y se respondiera a sì mismo quièn soy yo. Mis ojos sentados tres asientos màs atrás le dicen con una cierta pena:
-Hola, soy Julia, la pedorra de la librería que salió corriendo sin decir ni mu!
Mi alma espera que sus ojos me digan con tono científico que dejar salir los gases es saludable; o que el rededor de sus ojos se coloree como los de mis payasos y con simpatía diga que un pedo trae siempre alegría; o que al menos con un mínimo de humanismo y serenidad me abrace con su mirada y me diga que ahora que conoce mi peor parte, puede amarme y aceptarme así como soy, que està dispuesto a convivir con los aires que en mi cuerpo entran y sobre todo con los que de mi cuerpo salen.
Suena un timbre, el bus para. La señora con el bebè debe bajarse, pero entre pañalera, cartera, bebè y osito de peluche se vuelve una tarea difícil. El desconocido que me gusta le da una mano para ayudarla a pararse y le sostiene la pañalera mientras la señora mete al bebè en el cargador y el oso en la cartera.
Luego regresa a su puesto. En el espejo retrovisor encuentra mi sonrisa que le da las gracias por su caballerosidad. No es de todos ayudar a los demás. Sus ojos me hacen un guiño. Yo sonrío de nuevo. Sus ojos me hacen otro guiño y yo voy en dirección al cielo con “La Primavera de Vivaldi” sonando como fondo musical.
Entonces al guiño se une un movimiento de cabeza de derecha a izquierda que me invita a sentarme a su lado. Aunque el bus va en curva, yo me paro sin pensarlo dos veces y con un grande entusiasmo me apuro a alcanzar su puesto. Al improviso un pájaro atraviesa la calle sin preocuparse por el trafico. Pero el trafico si se preocupa por èl, frenando en seco el conductor evita atropellarlo.
Con la frenada, mi tobillo se gira y yo caigo sentada sobre las piernas del hombre que me gusta. Él trata de empujarme hacia arriba para que deje de estriparlo. Le pido disculpas y gagueando trato de explicarle que no puedo apoyar mi pie, que mi tobillo està lastimado. Sus ojos me hacen un guiño y luego otro. Al tercer guiño se une un movimiento de cabeza de derecha a izquierda.
Como dice mi compañera de apartamento: “virgen del agàrradero, agàrrame a mi primero!”
Este tipo no me està coqueteando, no me ha invitado a sentarme a su lado, no es la suya una mirada còmplice. Simplemente tiene un tic nervioso que se agudiza con mis grandes nalgas apoyadas en sus piernas.
Quiero morir de la risa por mi torpeza, por mi enpeliculada, por que nadie como yo se se sabe meter donde no la han llamado, pero sobre todo, porque los payasos que me habitan tienen una risa contagiosa.
Estoy feliz. La alegría invade todo mi ser y sale como mariposas volando por mi boca. Estoy feliz de descubrir que en este mundo hay espacio para un amor asi de imperfecto como el mio. Pero que digo? No es solo mio, es nuestro amor imperfecto.
Suspiro. En la tarjeta de invitación a nuestro matrimonio podemos poner con esa letra elegante e ilegible:
“El señor Tic y la señora Pedo
los invitan a su matrimonio.”
Seguro nadie en la ciudad se querrá perder las nupcias de estos dos personajes. Serà el evento del año. Ademàs, con la banda de guerra y los payasos de mi corazón la música y la diversión están aseguradas.
El conductor verifica que no ha pisado el pichón. Luego se disculpa con nosotros. Quiere saber si estamos bien. El hombre estripado por mis grandes nalgas le guiñe el ojo y yo lo hago también.
Ambos nos miramos y reimos.
Su cabeza se mueve de nuevo de derecha a izquierda. Yo la tengo entre mis manos y sin esperar el próximo guiño, lo beso.
Esta vez, los payasos entonan junto a la banda de guerra un “Ave Maria” como marcha nupcial.
Hanna Lucida
2015
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