Creo que era aún noviembre cuando algún noticiero nos informó, en 30 segundos, que de nuevo había una emergencia relacionada con el virus Ébola en algún país de África. Nunca más se sintió hablar de dicha emergencia, nunca se vio a ninguna nación enviar ayudas de algún tipo, nunca más nos detuvimos a pensar en las víctimas del Ébola.
Tanto no es aquí, tanto no nos afecta directamente, tanto se acercan las fiestas de navidad y todos estamos ocupados haciendo listas de regalo, viendo cómo hacemos para que nos alcance el dinero para dichos regalos, planeando el menú de la cena o buscando una buena excusa para no participar en esa reunión familiar.
Hacia el 20 de diciembre mi esposo debió ir al hospital a causa de una fiebre que no le pasaba y allí le diagnosticaron pulmonía, así que las fiestas las pasamos encerrados en la casa entre remedios y calditos. A mediados de enero una radiografía muestra sus pulmones limpios, sin embargo, la fiebre continúa yendo y viniendo de tanto en tanto, pero el médico dice que está todo bien, que todos en ese periodo están así y bla bla bla.
Y digo bla bla bla, porque ya la OMS había lanzado la alarma sobre el covid 19, pero los médicos generales no tenían la capacidad de detectar si los síntomas con los cuales se presentaban los pacientes eran una simple gripa, un virus de estación, una pulmonía común o el nuevo y desconocido coronavirus.
En tanto, en China la situación era muy grave, la nación más poblada del mundo se encerró en sus pequeñas casas, detuvieron todas las fábricas, construyeron hospitales en tiempo récord, lloraron en silencio sus muertos. A pesar de lo impactante que era ver en tv una China paralizada, no entendimos la gravedad del asunto. Total, eso pasa por allá en China, pensamos, sin probar la mínima misericordia.
En el pueblo donde vivo, durante las dos primeras semanas de febrero, el 80 % de la población caímos a la cama con fiebre, tos seca y un desaliento pocas veces sentido. Mis hijos tuvieron fiebre alta por 10 días y no se bajaba con nada, a esto se le suma la dificultad para respirar de una de ellos. Pensaron los doctores que era solo una crisis asmática.
Aunque a mí, el hecho de que contemporáneamente nos enfermáramos todos en el pueblo, que durante el mismo periodo mis hijos y sus compañeros no hubieran podido ir a estudiar y las maestras se encontraran de improviso en escuelas fantasmas, no me parecía tan normal.
Italia cierra las fronteras aéreas con China, pero a la vez le envía un par de aviones con material médico, es decir, intenta evitar el contagio, pero a la vez no le suelta la mano, no la deja sola en una crisis sanitaria así dramática.
En medio a esta colaboración nos va llegando más información sobre el virus y sus síntomas. Recuerdo que en el grupo de watsapp de las mamàs de la clase de mi hija, advierto - son los mismos síntomas que tienen nuestros hijos.
Obvio que nadie me creyó, pues parte del mundo científico decía que el civid 19 era una gripa un poquito más fuerte, que a los niños no les daba y que mataba solo ancianos que igual se iban a morir con una gripa común. Y nos lo repitieron tanto que hasta yo termine por creerles.
Termine por pensar que nos tomaban del pelo los del gobierno cuando nos advertían del peligro y nos comenzaron a dictar normas restrictivas. Quién sabe qué negocio hay bajo todo este temor que nos intentan inculcar, pensé.
En Italia aparecen los primeros casos de contagio. Pese a las peticiones múltiples del gobierno, para que toda la UE tome medidas conjuntas para disminuir la difusión y contrarrestar los efectos de la misma, los demás países de la Unión se muestran sordos. Era como si Italia fuera una vieja histérica que exagera y entonces que hartera escucharla.
Los contagios crecieron pese a las medidas tomadas, todas necesarias, pero insuficientes. Tal vez nos faltó ser más conscientes y rigurosos desde el primer día que supimos del virus, tal vez continuamos a ser muy afectuosos, porque nos cuesta renunciar al saludo, al beso, al abrazo, al café en compañía.
En la misma semana cancelaron el Carnaval de Venecia, cerraron las escuelas, nacieron nuevas zonas rojas y cuando menos pensamos, los noticieros anunciaron que habíamos superado los mil muertos. Miré a mi esposo aterrada y le dije ¡jueputa, ¿a qué horas se murió toda esta gente?!
Los noticieros hablan por primera vez del incremento anómalo de pulmonía en el país durante el final de diciembre y el inicio de enero notificado por los médicos generales. En otras palabras, se sospecha que el covid 19 haya llegado a Italia en diciembre, aunque los primeros casos acertados los hayamos detectado en febrero.
En el web viajan teorías de conspiración contra los italianos, contra los chinos, contra los unos y contra los otros. Viajan también curas milagrosas y tantos chistes alegóricos al coronavirus. Mientras la población inunda la red de preguntas y respuestas, el gobierno una vez más pide ayuda a la UE para afrontar juntos una epidemia que está arrasando con el tejido social.
Pero a esa vieja histérica llamada Italia, no la quieren escuchar. El mundo observa en silencio cómo evoluciona la emergencia en China y en Italia. Con un interés menor se observa a un Irán abandonado a su propia suerte y con cierta curiosidad a una Corea que no se deja doblegar. En tanto, nos auto proclamamos zona roja, toda cuanta la península de norte a sur, toda cuanta la botica de Europa se auto somete a la cuarentena.
Esto significa cancelar del calendario el tradicional almuerzo del domingo, donde se reúnen todas las generaciones de una familia para conversar, compartir y comer y beber hasta el cansancio.
Se cancelan misas, matrimonios, bautizos y funerales, lo cual en un país tan católico es impensable.
Se cancela la ida al parque con los niños, las fiestas de cumpleaños, las lecciones de fútbol y de baile.
Se cancela la pizza del sábado con los amigos, en un país donde las relaciones sociales giran alrededor de la buena mesa.
Se cancelan las visitas médicas, la terapia de lenguaje y la fisioterapia en el hospital o a domicilio para las personas con necesidades especiales, para aquellas que no pueden salir de la casa o que frecuentan algún centro especializado, por ejemplo, para niños con autismo o personas con parálisis cerebral.
Desaparecen las visitas a nuestros parientes en los hospitales, en las casas para ancianos o en las cárceles. En algunos de estos casos, un teléfono acorta la distancia.
Pero para una familia como la mía, con un pariente en estado vegetal, la nuestra no presencia significa dejarlo sin las palabras, las caricias, la compañía, los cuidados y los estímulos de quien verdaderamente lo ama, dejarlo solo sin haberle podido explicar.
Se cancelan los mercados callejeros, que son bazares donde la gente se abastece, se encuentra, se divierte.
Cancelamos también la costumbre de hablar con la gente en la fila del supermercado y en el correo o en la plaza del pueblo. Ahora nos saludamos a distancia, desconfiando, cubiertos, asustados y medio tristes.
Entonces para sentirnos menos solos, menos tristes y menos inútiles, nos inventamos performances desde nuestras ventanas y balcones. Los niños en toda Italia hacen carteles y pancartas con mensajes de coraje y esperanza.
Mi hija que pasó sus primeros meses de vida en Terapia Intensiva y que sabe bien lo que significa tener dificultad para respirar, escribe en el revés de un viejo mantel
ITALIA CE LA FARAI.
Para sentirnos menos solos, menos tristes y menos inútiles, tratamos de concientizar a los familiares y amigos que tenemos en otros pises sobre la importancia del aislamiento, les suplicamos que no esperen a que los respectivos gobiernos tomen medidas, que no esperen a llegar el muerto mil para reaccionar.
También compramos toda la harina posible y polvo para hornear, porque un verdadero italiano sabe que le bastan harina, agua, sal y polvo para hornear para no pasar hambre, sabe que con estos cuatro ingredientes puede crea mil recetas.
Entonces hemos hecho pan casero, pizza, tortas, galletas, pasta fresca…De hecho, mientras escribo este párrafo nos llega de contrabando una torta casera que preparo para mis hijos una vecina. No entramos en contacto, ella la apoya en el muro de nuestro jardín y nosotros la recogemos cuando se ha ya alejado.
Esta cuarentena también nos propone nuevos retos. Aquello de la educación a distancia, aquello de la cooperación, aquello de ser responsable de los demás, aquello del sacrificio, aquello de la gratitud.
En el tema educativo, estamos maestros, padres y alumnos improvisando, aprendiendo, enredándonos y encontrando alternativas.
En cuanto a la cooperación, países como Cuba, China, Rusia, Albania no dudaron en enviar refuerzos a nivel de profesionales de la salud y de material médico.
Luego se unieron los países que al inicio nos dieron la espalda, pero ya no es tiempo de reproches, más vale tarde que nunca. Ojalá que en el futuro Italia pueda ayudar a otras naciones en dificultad y que la onda de solidaridad siga creciendo.
Pese a las ayudas que llegan, ya superamos los diez mil muertos en un mes y medio. El virus se regó en el mundo entero.
El Papa Francisco está notablemente triste y preocupado. En su condición de guía espiritual, recurre a una ceremonia de una grande fuerza simbólica, que incluye a las personas de todos los credos y a los ateos. Y la fuerza de esta ceremonia histórica está en las palabras del pontífice, en su oración en silencio en la Piazza di San Pietro vacía y lluviosa, en el sonido de las campanas que se mezcla con el sonido de las sirenas de las ambulancias, pero, sobre todo, en el utilizo del mismo crucifijo que en1592 fue bendecido y utilizado durante otra epidemia con resultados curativos. El Papa fue claro en su discurso, ninguno se salva solo.
Es el momento del sacrificio y de la responsabilidad. Por eso hoy nos quedamos en la casa, aunque signifique no trabajar y no contar con un sueldo y no saber hasta dónde vamos a aguantar, lo único claro es que si se alarga mucho la cuarentena y se desvanecen esos pocos ahorros, la harina nos salvará.
Nos quedamos en la casa por la gente que un ahorro no lo tiene y no puede mercar.
Para evitar contagiar y ser contagiados.
Respetamos la cuarentena en honor a nuestros más de diez mil muertos sin funeral, por sus familiares que lloran en solitario.
Por las más de doce mil personas curadas.
Por todo el personal médico y por quienes trabajan limpiando y desinfectando los hospitales.
Por quienes a pesar del peligro van a trabajar para que no nos falten los servicios esenciales.
Nos quedamos en la casa porque ahora sabemos que los niños también se contagian y enferman en modo grave.
Por las mujeres embarazadas que tienen coronavirus y han dado o darán a luz.
Porque no queremos perder a nuestros viejos que además de ser nuestros padres y abuelos, son la memoria de una sociedad.
Respetamos la cuarentena por todos los voluntarios que se siguen haciendo cargo de los más necesitados.
Por los países amigos que nos dan una mano, por aquellos que comienzan a despertar en una realidad trágica y por las naciones que no tienen ni recursos ni buenos amigos para resolver la crisis.
Nos quedamos en la casa por ustedes y por nosotros.
Cellole, Italia.
Abril 1 de 2020
Conmovedor. Muchas gracias por compartir.
ResponderBorrarGracias por crear consciencia, todos juntos pasaremos esta situación
ResponderBorrarGracias por leerme. Todos podemos aportar algo para la solución de una crisis como esta.
BorrarHermoso Ana!! Y en buen momento llega!! Gracias por compartir y escribir tan bonito! Un abrazo inmenso. Aledomingueza
ResponderBorrarQue bueno que el lector se emocione y reflexiones.
BorrarAna Lucía, aplaudo tus letras, muy cierto...
ResponderBorrarGracias!
BorrarEspectacular lo volví a leer lo compartí hermoso
ResponderBorrarCompartir , que bonito.
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