Este texto fue sentido, pensado y escrito originalmente en italiano. Una de mis lectoras que conoce ambas lenguas hizo ésta traducción para mi y yo la quiero compartir con los demás seguidores de LETRAMARILLA.
ADIÓS
Me encuentro junto a mi esposo en la iglesia para darle el último adiós al tío Michelle. Él es toda una institución en el pueblo donde vivimos. Durante años ha llevado noticias y textos escolares a generaciones de celloleses., pues trabajaba en el kiosco donde se compran los periódicos y los libros. La iglesia está muy llena, nadie ha querido faltar, en el corazón de las personas hay luto general. El padre con su voz de poeta da un bello discurso sobre el amor, la importancia de compartir, la amistad.
Yo no hago más que pensar en los míos. Pienso en el día en el que me iré. No habrá tanta gente. Las personas que me llevan en su corazón están del otro lado del océano. También pienso en el océano que me aleja de ellos, pienso en mi temor de no estar allí para despedirme cuando ellos no estén más, ni para abrazar al resto de la familia, así como ellos me abrazaron a mí desde el primer adiós.
La primera vez que me despedí de alguien tenía dos años, era mi papá. Nuestra familia jamás nos hizo sentir como pobres huérfanos. Al contrario, nos dieron una infancia feliz donde incluso ir al cementerio para visitar a mi papá, era un momento bonito para compartir con nuestra mamá.
Los abuelos maternos nos ayudaron a crecer, porque nuestra mamá debía ir a trabajar. El abuelo y sus reglas nos hicieron personas de bien. La abuela, creo que nos transmitió su creatividad. Ambos fueron un ejemplo de generosidad, de unión y complicidad.
Un día mi abuela le dijo a mi hermana, que todavía era una jovencita:
-Me estoy muriendo. Llama a tu mamá y haz que me lleven al hospital.
Después le pidió que hiciera algunos mandados, sin dejar que el abuelo la descubriera. No quería morir frente a él, lo quería mucho como para hacerlo sufrir. Nosotros aún éramos pequeños, pero el sentido de la muerte era mucho más claro. Se iba otro de los soportes de nuestra vida. Pero la cosa más dura era ver a ese hombre locamente enamorado de su mujer, profundamente solo, triste, perdido.
Afortunadamente la vida está llena de sorpresas y así, entre los nietos recién nacidos y un pedacito de tierra en el campo, el corazón del abuelo sonrió de nuevo, dándole sentido también a nuestras jóvenes vidas.
Han pasado algunos años, llegaron los primeros amores, el grado de la universidad y este viaje que me ha cambiado un poco la vida.
En mi ciudad, el servicio fúnebre viste y maquilla al difunto, y lo organiza en el ataúd, además incluye lo que llaman una “sala de velación”, donde la familia del difunto recibe las condolencias, sin tener que preocuparse de tener la casa limpia y ordenada, ni de amarrar un pañuelo alrededor de la mandíbula del muerto antes de que el cuerpo se enfríe, para que no quede con la boca abierta. De hecho, no tenemos que pensar en nada porque el servicio incluye café, aromática y un caldo, en caso de que alguien lo requiera. En la sala de velación también están los baños y una piecita con una cama para que el cliente descanse o por si alguien tiene un malestar.
En Cellole la costumbre es tener al muerto en casa sobre la cama, así quien quiera puede saludarlo y darle las condolencias a los familiares. A mí eso me impresiona. Me da cosa sobre todo ver al muerto. Me llama la atención la naturalidad con la que se acercan, tocan al difunto y se hacen la cruz, y cómo se sientan al lado a hacer visita. Me da impresión tener un muerto así de cerca, tan visible. Me angustia pensar que un día tendré que ayudar a organizar a algún pariente. Por eso, cuando regresamos a casa le digo a mi esposo:
-¡Júrame que no te vas a ir antes que yo!
No solo no soy práctica con estos protocolos, ademàs, con los años la muerte de las personas que he amado ha dejado un vacío y un gran dolor. Cuando mi primo Miguel Ángel, con quien crecí, murió súbitamente
, siendo aún muy joven, los huesos me dolieron por meses. Cuando murió mi abuelo, delante de nosotros apareció el dolor, la gratitud, el orgullo de ser sus nietos, la incerteza del futuro.
En Cellole, en el ataúd se mete un santo, un objeto de la persona muerta y… A mí me pueden cremar y tirarme al mar en dirección a América, así tal vez, tarde o temprano, llego a mi casa. Yo no quiero una misa, porque no soy católica, el padre ni siquiera conoce mi nombre y yo a la casa del Señor voy solamente para bautizos, matrimonios y funerales. Yo preferiría para mi último adiós una reunión íntima, entre amigos, con música alegre, tipo salsa, son cubano, latin jazz y por qué no, en lugar del café pueden ofrecer un buen mojito. En el caso de que mi marido y mi hija no quieran cremarme, en mi ataúd pueden meter un arcángel San Miguel y una barra de chocolate, no sea que me dé cualquier antojo en el paraíso. Y si alguien quiere llevarme flores, que sean rosas amarillas.
Hablando con mi amiga María Isabel, también ella lejana de nuestra tierra, y por tanto comprensiva con el miedo de no estar cerca de nuestros familiares, y al mismo tiempo compartiendo ese sentimiento de gratitud cuando encuentras en este viaje personas que te aprecian, que te quieren, que saben ser amigas, llegamos a esta conclusión: algunas personas no se van jamás.
No se trata de una cuestión paranormal, sino de afecto. Por ejemplo, después de 30 años de su muerte, la unión entre una de mis hermanas y mi papá sigue siendo muy fuerte, y yo estuve celosa por años, hasta cuando nació mi hija, y por primera vez sentí una fuerte presencia de mi papá a su lado, durante todos los largos meses que permaneció en el hospital.
Mi abuela, en cambio, cuando yo era pequeña me tomaba de la mano cuando yo tenía miedo. No físicamente, porque había muerto, pero su imagen de mujer protectora me confortaba. Mientras mi abuelo, con quien a veces peleaba siendo adolescente aunque lo quería mucho, es cómplice de este amor que me une a mi esposo y mi hija.
Hubo un ex novio que mi abuelo descalificó a primera vista. Poco después de su muerte, durante una semana soñé que mi abuelo estaba muy bravo conmigo y yo lloraba y le rogaba que me perdonara por lo que fuera que hubiese hecho, pero mi abuelo me miraba mal y no me respondía. La última vez que mi abuelo apareció en mi sueño, me dijo “¡Con este, no!”, refiriéndose al ex que no le agradaba. Por muchos otros motivos, que no tienen nada que ver con la semana de pesadillas, rompí de raíz las relaciones con esa persona y seguí adelante con mi vida.
Un día cualquiera me llama quien más tarde sería mi esposo, para decirme que quería venir a visitarme en Colombia. Ambos estábamos emocionados por este reencuentro y al mismo tiempo ansiosos por saber si existiría todavía la magia del primer encuentro. Poco antes de la llegada del “amigo italiano” a Colombia, mi abuelo apareció de nuevo en mis sueños. Esta vez el amigo italiano llamó a la puerta y cuando corrí a abrirle, mi abuelo me pidió con una seña que me detuviera, después me sonrió, era una sonrisa cómplice. Asì que fue mi abuelo quien abrió la puerta de casa.
Mi abuelo no solo fue el primero en darle la bienvenida en la familia a mi esposo, además cada día me acompaña con sus risas, su ira, su generosidad, sus consejos de hombre que ha vivido, sus valores, su manera de querernos, pero sobre todo, con su mirada profunda como la de mi hija.
Autora: Hanna Lucida
2015
Traducciòn: Laura Dominguez
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